lunes, 16 de abril de 2007

MUJERES Y SAHARAUIS

Ladiba Mohamed, en el desierto argelino.

"ESPERANZA" es una palabra y un sentimiento que se escucha y se siente mucho en los campamentos de Tindouf, quizá porque es una de las pocas cosas a las que se pueden aferrar las gentes que viven refugiadas en el desierto. Pero la esperanza adquiere una forma distinta en cada saharaui. Algunas personas no pierden la ilusión de volver a ver aquellas tierras que dejaron hace ya 30 años, mientras que otras piensan además en los meses o años que han vivido en el extranjero, sobre todo en España. Incluso hay quienes preferirían marcharse de los campamentos para siempre y buscar la felicidad en otros lugares, aunque prefieran no manifestarlo públicamente.
Las historias de Ladiba Mohamed y Gaila Maci pueden ser representativas de la realidad que sienten las mujeres en el Sáhara Occidental. Pero, sobre todo, reflejan la vida de dos generaciones distintas. La primera tuvo que escapar de la guerra después de haber vivido durante 13 años en su tierra; la segunda, en cambio, no conoce su país, pero ha podido viajar a España. Y, aunque sean hijas de situaciones distintas, también comparten muchas reflexiones acerca del papel que debe jugar las mujeres en la sociedad saharaui.

Ladiba Mohamed Salem. 21 años
"Los mayores nos cuentan historias de una tierra, la nuestra, que no hemos conocido"
Ladiba Mohamed Salem lo tiene claro. Una de las principales diferencias que les separan de la generación de sus madres y abuelas es que "ellas siempre tienen algo que contar sobre nuestra tierra". "Nosotras no podemos; no la hemos conocido", sentencia. Esta joven de 21 años no existía cuando quien ahora es su madre tuvo que escapar de la invasión marroquí, hace más de 30 años. Ella nació en 1986, en la idahira -el asentamiento- de Auserd, uno de los campos de refugiados de Tindouf. Allí no tienen electricidad.

Ladiba comenta que está "acostumbrada" al paisaje árido de Tindouf. Sin embargo, recuerda con cariño los años que pasó en Cádiz. "Llegué con nueve años. Me encantaba. Tras pasar seis meses allí, se me olvidó hablar el árabe. Yo pensaba que era española y que mi familia era aquella. Me hice a otras costumbres y a otras gentes. Cuando volví, seis años más tarde, me costo adaptarme", relata con un buen español y un llamativo acento gaditano.

Ahora trabaja alfabetizando personas adultas en la escuela de mujeres de Auserd. En concreto, da clases de español a sus vecinas mayores. Ellas no tuvieron las oportunidades con las que cuenta la generación de Ladiba. "Ahora la participación va avanzando más, ¿sabes? La educación también está ganando terreno y todo es mucho más fácil", indica. Sin embargo, no parece que les haya pegado su acento andaluz a las alumnas. "Tienen acento saharaui, no andaluz", bromea, siempre sonriente.

Aunque se resigna a vivir en los campamentos, confiesa que "algunas veces le cuesta" olvidarse del otro mundo que ha conocido. "Pero no me arrepiento de haber vuelto de Cádiz. Porque aquí soy yo, con nuestras costumbres y nuestra religión", recalca. Su madre se ha separado dos veces; Ladiba la define como "una luchadora".
"Las mujeres tenemos ganas de aprender para seguir mejorando la situación que se vive en el Sáhara Occidental, para ir superando las carencias que tenemos. Por ejemplo, si hay alguien que no sabe leer, le enseñamos en la escuela. Tenemos la esperanza de que algún día podremos tener libertad, así que debemos tener gente especializada en todo: médicos, profesoras, administradores…", explica. Tras una pausa en sus reflexiones, sigue sin transmitir ningún atisbo de odio hacia nadie. "Me gustaría conocer mucho a mi país. Pero, sobre todo, tener un país como cualquier persona. Tengo tíos en el Sáhara, pero nadie de mi familia ha podido visitarlos", añade.

Gaila Maci. 43 años
"Al volver los hombres de la guerra, nosotras ya lo habíamos organizado todo y lo aceptaron"

"Nuestro poblado fue atacado por los mauritanos, así que tuvimos que huir. Recuerdo que, mientras caminábamos por el desierto, teníamos que hacer agujeros para meternos allí toda la familia y escondernos de los aviones". Así es cómo una niña de 13 años llamada Gaila Maci dejó atrás su tierra ante la invasión que sufrió el Sáhara Occidental hace 30 años.

Hoy, aquella jovencita ya tiene 43 años y es madre de tres hijas y tres niños. Viven junto con su marido en el asentamiento 27 de febrero. Sentada en el interior de su haima , relata con tristeza pero con gran entereza las dificultades con las que se ha topado durante su vida. Tal y como recuerda, el trabajo que tuvieron que afrontar en los campamentos de refugiados de Tindouf, en Argelia, "fue enorme". Desde coser las tiendas, hasta construir los ladrillos de adobe y edificar sus casas. "Cuando los hombres volvieron de la guerra, nosotras ya habíamos organizado todo. Así que tuvieron que aceptarlo, no les quedaba otra", manifiesta.

Quizá por esa circunstancia que describe, las mujeres saharauis conquistaron espacios de libertad y derechos. En opinión de Gaila, el camino hacia la igualdad no se ha desandado desde entonces. "Tenemos muchos derechos y los seguiremos poseyendo", apunta, ante la atenta mirada de sus hijos mayores. Éstos últimos están aprendiendo un oficio, mientras que la hija mayor estudia en un internado en Libia.
En ocasiones, Gaila hospeda en su casa a los visitantes que vienen desde fuera. Sus hijos la ayudan en todo lo que pueden. "Mi sueño es volver al Sáhara Occidental y poner allí un hotel para acoger a quien venga de fuera. Cuando consiga eso, pintaré con henna de oro a mis huéspedes", indica.

JOSEBA, PERIODISTA VASCO

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